lunes, 1 de junio de 2009

El viaje por tres países en un día

El día jueves 28 de mayo último me fui, vía aérea, a Puerto Maldonado, por un encargo de capacitación de la institución en la que trabajo. Realmente esa ciudad, aunque tenía muchos deseos de conocerla, me fue esquiva por mucho tiempo. Ya está, la conozco. Y me gustó mucho la experiencia, pues realmente es una suerte inmensa que la patria que ¿queremos? ser tenga una maravilla como esta zona en su interior.

El vuelo que nos llevó hasta la capital del departamento de Madre de Dios partió a las 8:25 horas, con escala en Cusco, y llegó un poco después de las 11:00 horas. Cuando el avión empieza el descenso y el piloto de la nave anuncia el pronto aterrizaje, la maravilla empieza a anunciarse en imágenes distantes pero profundas: abundante vegetación (aunque con grandes espacios que nos muestran la deforestación inminente de considerables zonas de esa selva), los ríos enormes y turbios que la recorren calmos, majestuosos, imponentes.



El aterrizaje se produce y esa inmersión en la selva es como un embrujo momentáneo. El avión va traslándose hasta su destino final y uno puede apreciar a través de la ventanilla diversos aviones en desuso, casuchas que deben servir de depósitos; luego de recorrer la considerable distancia entre la pista de aterrizaje y el propio aeropuerto (cosa bastante llamativa), el avión se estaciona frente a este y lee su carta de presentación: "Areopuerto Internacional Padre Aldamiz". Vaya que resulta pretencioso el bautizo de este terminal aéreo como "internacional", sin que esto signifique negar su atractivo.



Luego de recibir el equipaje pasé por la posta médica donde me ofrecieron la vacuna contra la fiebre amarilla y me la hice colocar, atendiendo a que los 10 años de vigencia de la anterior, ya habían vencido largamente. Desde el Aeropuerto un mototaxi cobra unos S/. 15 o 10 (aunque desde la ciudad al aeropuerto el costo es de S/. 7). Nos alojamos en el Hotel Paititi, un hotel en el que el costo de la habitación varía entre S/ 70 (con ventilador) y S/. 120 (con aire acondicionado). Opto por una habitación con ventilador. El olor a humedad en la pieza es evidente y hasta bochornoso. Me voy a dar una vuelta por la ciudad, quiero recorrerla caminando y pregunto por la Plaza de Armas. Me enrrumbo hacia ella y me encuentro con las calles y avenidas que, aunque amplias, empiezan a mostrame el rostro más triste de esta ciudad: la pobreza. Es, aunque hermosa, una ciudad pobre y la pobreza extravía de nuestros sentidos (la hace invisible) esa hermosura. El calor no se nota, la temperatura es de apenas 23ºC; un friaje leve para los residentes en esta ciudad.



Luego de caminar unas cuatro cuadras por la avenida León Velarde, llego a la Plaza y me doy con un parque de un pueblo cualquiera, sin ningún atractivo especial, como construido porque sí, para justificar el nombre pomposo.

En medio de la Plaza hay un monumento extraño (aunque el denominado Obelisco, como un día después me mostraron, es la muestra mayor del sin sentido arquitectónico y de la indiferencia o mala onda de las autoridades de este lugar) y nada estético. Pero sí, es el lugar de encuentro de los habitantes de esta ciudad trajinada por mototaxis y motos lineales (muchas de ellas también de transporte público unipersonal).


Regreso al hotel, cerca de la hora del almuerzo y vamos con mis colegas a buscar un restaurante. El mototaxista nos lleva a "El Embarcadero" (después me informaron que este lugar fue construido con el afán de que fuera el embarcadero principal de la ciudad, pero que no funciona). Nos encontramos con una vista maravillosa de la selva y el río Madre de Dios, imponente boa que se arrastra lenta, sagradamente. ¡Cómo el Perú se da el lujo de desperdiciar todo esto! No se entiende o quizá sí, pues se trata de un país que vive desde Lima y de espaldas a él.

Tan de espaldas y tan antiguamente ajeno a sí mismo, que ese río enorme divide en dos la ciudad de Puerto Maldonado y tiene en sus aguas el monumento a la incompetencia, dos estructuras que tendría que haber sido el soporte del puente que uniera las dos orillas y que permitiría que esas dos poblaciones ajenas fueran una. Según me indicaron, este proyecto data de, por lo menos, 30 años atrás, tiempo durante el cual los materiales adquiridos para esta obra monumental, se han deteriorado hasta tal punto que hoy, tiempo en el cual se vuelve a pensar en esta necesidad, ya resultan obsoletos.

Y les narraba la historia de El Embarcadero y, claro, pueden apreciar en la imagen siguiente, la bonita edificación en la que hoy funciona el restaurante, en el que, por cierto, la carta no es muy variada ni, menos, amplia, pero, para colmo, es una suerte si se encuentra algo de lo que anuncia. Y es que, por impresionante que parezca, los muchos turistas que llegan a esta ciudad no pisan las calles de Puerto Maldonado, salvo para embarcarse en el embarcadero que más abajo les muestro. Mas ni por asomo se aproxima a lugares como este que podrían ser un boom comercial turístico, por lo atractivo del lugar y por la interesante propuesta gastronómica de ese sector de la selva.

¿No podrían aprovecharse esas lindas y coloridas terrazas para explotar la veta turística de esta ciudad? Sin embargo, la rapacidad de los oferentes del turismo en los denominados "lodge" y quizá la parsimonia de las gentes del lugar, han hecho de este prometedor lugar, un castillo abandonado desde el cual la gran boa se aprecia triste y silenciosa.

Claro que en lo que sí el Perú está presente es en los desfiles imperdibles. Y los estudiantes son educados en el férreo patriotismo de la disciplina cívico-militar, uno, dos, uno, dos, marchen, soldados, digo alumnos. A practicar que ya viene el desfile, no importan las horas de clase perdidas, no importan, el Perú os lo agradecerá.

Sin embargo, apreciando las instalaciones de la Universidad Nacional Amazónica de Madre de Dios (donde se dictó el curso), la esperanza me vuelve y pienso que quizá, a pesar de todo, el Perú es posible aún. La infraestructura de la ciudad universitaria causa buena impresión y creo que con un esfuerzo sostenido del Estado, los estudiantes de esa zona e incluso de otras, podrían salir graduados en profesiones afines a la zona (al menos en un principio) de facultades que les otorguen la educación superior cualitativa requerida en este tiempo.


Concluido el curso, el sábado 30 de junio, quise conocer la frontera del Perú con Brasil. Muy temprano, a las 5:30 de la mañana partí en un "colectivo" (costo de S/. 40,00), desde Puerto Maldonado rumbo a Iñapari (o Inambari), ciudad peruana de frontera. Para ello, era necesario, ante todo, atravesar el gran río Madre de Dios, para lo cual se recurre a las precarias balsas que ofrecen sus dueños para ello.

El vehículo (incluso dos) es transportado a través de las aguas turbias en un tiempo aproximado de cinco minutos. Aunque resulta placentero como aventura, lo cierto es que, para un país que se precia de estar en crecimiento constante y ser parte casi del mundo desarrollado, resulta muestra de cierta esquizofrena primitiva más bien.


Luego de desembarcar en la otra orilla y de un recorrido aproximado de una hora en una carretera de tierra, se llega a la carretera Interoceánica (ya asfaltada). Esta carretera es realmente hermosa pues está rodeada de selva y el verdor acompaña todo el trayecto, con la intermitencia de los ríos que la circundan o las poblaciones que van desarrollándose.

Ahora bien, en el recorrido que uno hace va atravesando diversas poblaciones (villorrios en realidad, pobres y poco urbanizados) como Mavila, Alegría, Alerta (que es el punto medio entre Puerto Maldonado e Inambari), San Lorenzo, Iberia. Un detalle curioso y muestra de esa clamorosa realidad que vivimos es que entre Mavila y Alegría la carretera se ve alterada por innumerables jibas (o rompemuelles), llegando incluso al número de 24 en una distancia de 2 kilómetros aproximadamente. Este detalle es realmente para aturdir a cualquier chofer, pues es tal la frecuencia de estos obstáculos que llegan a afectar los nervios. Y creo que el objetivo se podría haber alcanzado de alguna manera distinta.
La foto que cuelgo abajo es de la población de Iberia, una antes de la ciudad limítrofe. Esta imagen pertenece a una de las avenidas de acceso a la población. Como podrán apreciar, esa "ciclovía" es muestra de un retraso y abandono clamorosos.
La Plaza central de Iberia es un lugar amplio y bello, pero igualmente sin las condiciones mínimas de una población de este tipo: sus calles sin asfaltar, sus aceras descuidadas.

Claro que con el patriotismo infaltable en cada rincón del país y desfilando, de todas maneras, como buenos militares, quiero decir ciudadanos, entonando las letras del Himno Nacional. Quizá son cosas que no entiendo si comparo la relevancia de estas con la necesidad de una posta médica o un sistema educativo de calidad. Quizá se trata de valoraciones diferentes.


Poco después se llega a la población de Inambari (o Iñapari) y la situación es muy semejante, pero de allí se llega rápidamente a la frontera. Tal vez por ello, no se nota demasiado la ciudad. Hay que realizar los trámites ante Migraciones en un puesto cuya infraestructura es muy similar a las de muchas comisarías en el país: simples, austeras, descuidadas incluso. La atención fue muy respetuosa y los policías, aunque no precisamente amables, si atentos y diligentes. En ese momento los peruanos bilingües que nos cambiaron moneda nacional por Reales brasileros (tipo de cambio: venta S/. 1,4 por Real y compra S/. 1,3 por Real) nos entregaron al taxista brasilero cuya vestimenta y vehículo daban cuenta, sin lugar a dudas, que estábamos entrando a un país distinto. No quiero decir que el hombre no fuera pobre, sino que, por lo menos, sus ingresos sustentan un mejor medio de trabajo y un mejor trato personal.
En este nuevo Taxi nos embarcamos hacia Brasil y la primera evidencia de nuestro coloso vecino fue el Puente Internacional, el mismo que, según me indicaron, fue financiado y construido íntegramente por Brasil (aun no he verificado esto). El puente es evidentemente de una arquitectura más compleja y estéticamente tiene una ventaja respecto de nuestros puentes nacionales.

Por otro lado, cruzando dicho puente, nos encontramos con el puesto fronterizo de Brasil, que es un bunker si lo comparamos con el de nuestro páis, tanto por su infraestructura como por las comodidades que ofrece a sus trabajadores: aire acondicionado, mayor amplitud de las oficinas, etc.

Al cabo de algo más de una hora de recorrido por una pista similar a la que recorre nuestro lado (lo que sí se nota es un nivel de deforestación notablemente mayor, acompañado de una importante actividad agropecuaria, lo que caracteriza, según me indicaron a todo el Estado de Acre), llegamos a la ciudad de Brasiléia, donde la diferencia no solo con Iñapari o Iberia, sino con la misma Puerto Maldonado, resulta negativa para nosotros; ojo que, esta ciudad es una ciudad menor en el estado de Acre.
En esa ciudad almorzamos en un Rodizio y ahí nos fuimos a la ciudad contigua de Epitaciolândia donde está el puesto de migraciones para la frontera con Bolivia. Sin lugar a dudas, la policía muestra su equipamiento desde el momento en que uno puede observar camionetas como las de la foto.
Brasiléia limita con Cobija, la capital del departamento del Pando. Y, por tanto, nos dirigimos inmediatamente a esa ciudad hacia allá. El taxista brasileño y un compatriota me informaron que se trata de una ciudad a la que podía accederse sin hacer los trámites de migraciones, cuestión que no debe tomarse en cuenta, pues sí hay la necesidad de hacerlo y si no se efectúan pueden verse envueltos en un problema desagradable, pues la policía boliviana (y esto lo digo muy a mi pesar, pues tengo mucho aprecio hacia Bolivia y a su proceso político histórico actual) es descaradamente corrupta. Lo que sí es cierto es que bolivianos y brasileños circulan libremente a través del puente internacional que une ambas ciudades sobre el Río Acre.
En la ciudad de Cobija, ciudad que es Zona Franca y que, por tanto, vive del comercio (mucho de él sustentado en el contrabando, presumo), uno se encuentra con muchos brasileños que acuden a esa ciudad para efectuar sus compras, diversas compras, pues les resulta mejores condiciones. Y los brasileros llegan, por ejemplo, desde la ciudad de Río Branco, a cuatro horas de distancia aproximadamente.
La Plaza en la que se ubica la Prefectura es pequeña, pero muy bonita y hace real la convivencia de lo moderno con lo antiguo.
Y no podía faltar el busto del libertador Simón Bolívar, a quien, en el Perú, no se le tiene mucho aprecio.

Contigua a la Prefectura está un templo, sencillo pero también de gran belleza y muy cuidado.



Las calles de la ciudad de Cobija tienen sus pistas adoquinadas con un material muy atractivo y, hasta donde pude observar, debe haber sectores de su población con muy buena situación económica, lo que permite apreciar construcciones terminadas o en proceso y sumamente modernas, sin que ello le quite su aire tradicional a esta ciudad. Otra vez Puerto Maldonado, como ciudad, muestra su rezago. Y con ello el rezago nacional, al menos en cuanto a descentralización se refiere.

Dos horas después, retornamos a a Brasiléia donde la hermmosura es la regla. Sus parques primorosos, sus casas coloridas y cuidadas. La modernidad salta a la vista. Y se trata de una ciudad pequeña.


Ciudad que, sin perjuicio de su pequeñez, cuenta con una autoridad legislativa, quizá por las ventajas del sistema federal en que se conforma ese país. ¿Podremos nuevamente empezar el debate respecto a si el Perú debe seguir siendo un Estado unitario o si convendría su organización federal más bien? ¿Hasta cuándo Lima seguirá siendo el Perú en demedro de los Perúes?

El templo que pude avistar, más bien, grande pero poco atractivo y hasta descuidado.


Pero el recorrido rápido por sus calles fue placentero por completo, con la garúa que acariciaba el rostros de los caminantes.


Y aunque sus recursos naturales o sus paisajes no seas los mejores, los aprovechan indudablemente. Me encontré con este malecón que da al Río Acre, cuidado meticulosamente, diseñado con arreglo al paisaje. Se trata solamente de ponerle color a la obra humana para que no desencaje de lo natural y aprovechar esos recursos permite también generar riqueza en la propia ciudad. ¿Qué sucedió con El Embarcadero en Puerto Maldonado que, sin lugar a dudas, rsulta más amplio y espectacular, no solo por la edificación sino también por el paisaje?


Dejamos Brasiléia a las 18:00 horas (Perú) y llegamos a la frontera a las 19:15 horas. Otra vez los papeleos y de nuevo, en Iñapari, a tomar un Taxi nacional que nos lleve de retorno a Puerto Maldonado, adonde llegué a las 23:15 horas. Agotado pero muy contento, pues toda la experiencia valió la pena.
Al día siguiente, haciendo tiempo en la mañana pude conocer el embarcadero por el que se embarcan los muchos turistas que llegan para irse a los lodge. Resulta evidente que es solo un paso obligado, pero que no invita a quedarse por nada del mundo en él más tiempo del estrictamente necesario. Insisto, ¿qué sucedió con El Embarcadero? Absurdos incomprensibles.
Y a pesar de lo espectacular de nuestros paisajes. No se entiende, en serio que no. No lo entiendo.

Cosa distinta a la que pasa en Loreto, cuando el Amazonas se une con el Nanay, que genera un sector de turbulencia hidrográfica, la unión entre el Madre de Dios y el Tambopata, es pacífica, casi tenue. Y ese espectáculo natural tampoco se aprovecha, no se muestra.

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