jueves, 23 de agosto de 2018

Pico Lorito, 47 años, 5280 metros

La vida parece ser un camino sinuoso hacia nosotros mismos. De alguna manera, buscamos volver al lugar donde fuimos felices. Y, en mi caso, los recuerdos más hermosos de la infancia están en el campo, lejos de la ciudad, donde, con mis padres y mis hermanos, nos exiliábamos periódicamente para protegernos de la realidad cotidiana. Me causaba mucho dolor que esas aventuras se terminaran, pues significaba volver a la ciudad, al suplicio del tiempo.

Recuerdo una jornada de caza a la que mi padre nos llevó a Amílcar, mi hermano menor, y a mí. Las caminatas eran duras, cuesta arriba en esas montañas hermosas pero agrestes. Estábamos en la zona de Chilca, más allá de Ollantaytambo (Cusco), camino hacia Quillabamba, en plena subida al abra Málaga. Éramos niños y caímos rendidos; nos quedamos a descansar y jugar a media montaña. Mi padre continuó la caminata en busca de las esquivas tarukas y varias horas después regresó, sin ninguna presa, pero con la alegría de una caminata extenuante, por nieve incluso, en las faldas del Verónika, uno de los mágicos nevados del Valle Sagrado de los Inkas.

Ahora, con cuarenta y siete años, tenía que sacarme el clavo. Por fin vencí la modorra de la costumbre y me lancé a una aventura breve, pero intensa. Treinta años en el destierro limeño, ya casi colonizado, me decidí a marchar en esa caminata con un grupo de muchach@s, varias chicas entre ell@s, lo que muestra que en ese deporte las mujeres tienen un gran espacio.

Sábado 11 de agosto

Tatiana, mi esposa, está asustada, no me vaya a pasar algo, o me ataque el soroche. Mis padres me alientan, al igual que mi hermana Adriana, a hacer la caminata. Estoy como un adolescente emocionado a punto de iniciar un viaje sin la protección de los padres.

En Puruchuco me subo a una combi  que me llevará por la carretera central y entiendo la sensación de ser una bestia atrapada en un zoológico. Salir de Lima hacia Chosica en transporte público constituye una aventura de riesgo extremo que viven diariamente miles de personas. Dos soles (S/ 2,00) el pasaje; encuentro, felizmente, un asiento libre. Los asientos destartalados contribuyen al suplicio de esa carrera loca que lleva el vehículo, con movimientos bruscos. Se va llenando y los rostros de la gente son elocuentes de la resignación con que asumen esta pesada rutina diaria. Riesgo extremo, quizá por ello la profunda religiosidad de la gente que se abandona a la ventura. Una hora y quince minutos después llegamos a Chosica y busco inmediatamente el paradero de buses hacia San Mateo.

En un supermercado pequeño compro algunos productos: barras energéticas, tostadas, una conserva de pescado. Llego al paradero y tengo que subir a la combi y sentarme en el único espacio que queda, sobre la caja que protege el motor, junto al chofer. La combi menos destartalada y hasta limpia, pero igual de repleta de gente. El pasaje es siete soles (S/ 7,00). Escucho a Lucho Quequezana (audífonos protectores) y recuerdo a José María Arguedas diciendo que nuestro país tiene una riqueza tan grande a nivel cultural, que en arte no tenemos necesidad de imitar nada. Una anciana sentada mira hacia algún lugar remoto a través de la ventana, como siguiendo la ruta del bus; su rostro me da la sensación de que esconde tristeza, una vida de carencias tantas que ya ni falta le hacen. Leo por momentos El hombre duplicado, de José Saramago.

Dos horas luego llegamos a San Mateo, a un hotel en la vera de la carretera central (S/ 30,00 la noche). Esa carretera es el infierno que el centralismo limeño y las castas que tienen el poder real en el Perú han dejado como muestra de su patriotismo "integrador". La cantidad de camiones que circulan en ambos sentidos agudiza el riesgo de la aventura y lo hace tortuoso has por demás. Hay que descansar, saldremos el domingo a las 4:45 horas rumbo a Ticlio.

Domingo 12 de agosto

A la hora indicada, nos recogen unos vehículos que nos llevarán y nos recogerán de la zona de caminata. Veinticinco soles (S/ 25,00) por persona. Mayor comodidad. Pasajeros únicamente sentados. Vehículos solo para los aventureros que participamos de este tour.

Llegamos a Chicla (Ticlio) cerca de las seis de la mañana. Empezamos la caminata suavemente. La agitación es casi inmediata. El aire frío es placentero, pero hiriente. Serán 6 kilómetros de caminata en total. Partimos a 4818 metros y llegaremos a los 5280.



Los paisajes se anuncian realmente hermosos, a pesar de la presencia evidente de una empresa minera. La planta chancadora de esta empresa nos acompañará casi todo el trayecto con un ruido intenso, que taladra la serenidad. Nuevamente, el guía nos indica que tenemos que hacer la ruta más escarpada, pues la trocha carrozable que circunda el cerro es parte de la propiedad de la minera. El costo del desarrollo es a veces perturbador, pues vamos viendo la presencia de elementos que afectan por completo la armonía de la naturaleza y que, quizá, también generan contaminación que el Estado peruano u otras organizaciones no logran medir adecuadamente.


Me llamó mucho la atención este canal cubierto de geomembrana (un material especial para evitar filtrado de sustancias contaminantes hacia el suelo) que no conduce a una poza de tratamiento o alguna instalación similar. No sé si la actividad de esta empresa genera o no contaminación por encima de los estándares permitidos (que son bastante bajos en nuestro país), ni tampoco si desarrolla las actividades necesarias para la remediación ambiental, pero de que perturba el paisaje resulta innegable.



La caminata continúa. Una pareja de enamorados jóvenes, algo subidos de peso, muestra síntomas de cansancio mayor al tolerable. Quizá los asalta ya el temido soroche. El retraso de ellos es advertido por el guía principal, quien se queda con ellos. Luego, en comunicación por walkie talkie, le informa al segundo guía que esas dos personas desistieron de continuar y que, por tanto, va a dejarlos en algún lugar para que esperen nuestro retorno.

No hay cansancio aún, pero sí la agitación por la falta de oxígeno. En este momento debemos estar ya a unos 4950 metros. El paisaje empieza a salpicarse de nieve, en determinados espacios. El día está clareando.

A medida que vamos ganando en altura, los paisajes que se aprecian son de mayor belleza. Y el cielo va ganando en intensidad del azul. Esta sensación me reconforta internamente; era esto lo que buscaba reencontrar. Esto es lo que permiten esas caminatas extenuantes. La nieve empieza a ganar espacios.


Mi naturaleza —al menos eso quiero creer yo— es de altura. No he sentido hasta ahora ninguna afectación que me indique la amenaza del soroche. El dolor de cabeza, la sequedad del aire, su hiriente ingreso en  nuestro aparato respiratorio, son cuestiones normales y superables. El guía insiste en que el cuerpo se irá aclimatando poco a poco. Se me antoja la conclusión de que estoy preparado genéticamente para recorrer estos parajes. Sobre este tema, hay varios artículos periodísticos. Destaco este de El Pais de España.


El sol ya acaricia con mayor decisión todo este lugar; va levantándose por encima de esas moles de piedra, tierra y nieve. El guía nos dice que evitemos botar basura, por conciencia medioambiental, pero también para que los Apus no nos rechacen.



Desde nuestro sendero se aprecia un pico con mayor presencia de nieve. Nos indican que es el nevado Volcan, al que se puede acceder también, aunque con equipamiento de mayor nivel técnico. La adrenalina me hace soñar con volver pronto, con objetivos más exigentes. Esta vez me vine con una casaca muy pesada, que no abriga mucho; no traje guantes y tampoco los bastones de caminata. Vengo con un pantalón delgado, pero con un calentador interno que me ayuda a contrarrestar el frío. Las manos las tengo heladas, estiro las mangas de mi chompa para cubrirlas un poco.


Llegamos al abra en que se juntan el Pico Lorito y el Volcan; la nieve se ha hecho más abundante, nuestros pies se hunde en esa masa blanca. La sensación, a pesar del cansancio ahora sí manifiesto, despierta los ánimos lúdicos y la sensación de descubrimiento.


Hemos caminado unas dos horas y media. Estamos a unos cincuenta metros de la cumbre. Los guías calculan que serán unos 30 minutos más. La pendiente es más fuerte. El suelo es completamente pedregoso. Seguimos una pequeña trocha que simula un camino. Tramo muy duro, exigente. Voy detrás del guía; dos chicas se me adelantan, el cansancio me golpea. La voluntad sigue férrea. Camino, paso a paso, las manos casi congeladas. Son los minutos más complicados, casi eternos; minutos, segundos que no transcurren, que se detienen, latidos focalizados en las sienes martillan la conciencia. El ritmo cardíaco se acelera, por supuesto; intento seguir respirando solo por la nariz, pero la agitación me va ganando, abro de rato en rato la boca y absorbo aire, como si fuera la última oportunidad.  Llego a la cima, desde donde el paisaje es más hermoso aún. Se aprecia distante una hermosa laguna, de aguas con un color gris azulado.


El viento sopla con más fuerza. Hace frío en verdad. Tengo señal telefónica e incluso internet. Verifico el altímetro: son 5 280 metros sobre el nivel del mar. Hago algunas llamadas telefónicas. Es divertido saber que estamos en un lugar poco accesible físicamente, pero con pleno acceso virtual a las comunicaciones. Quisiera volver aquí con Tatiana y nuestros hijos, Damir y Nayra. Son buenos caminantes, pero la exigencia es ciertamente intensa.

A lo lejos se aprecia al Apu mayor de Lima, el majestuoso Rajuntay con sus 5 470 metros de altitud. ¿Será mi próximo reto?


El guía nos pide hacernos algunas fotos grupales, para luego iniciar el descenso. Salen algunas tomas realmente espectaculares.

Empezamos el descenso. Pienso que será más fácil. Son cerca de las 10 de la mañana. Calculo una hora u hora y media. Vamos bajando y el cansancio no cede. Tengo ansiedad por llegar a la meta, la pista donde nos recogerán los vehículos contratados, a las 12 del día.

La caminata de bajada se me hizo, contrariamente a lo que pensé inicialmente, más larga y tediosa de lo previsto. Desesperante. Extenuante. Llegamos a la "punta de carretera" a las 11:45, casi dos horas después. Menos tiempo externo que el requerido en la subida, pero un tiempo interno mucho mayor. Busco una piedra donde sentarme. Bebo el agua de mi botella; está helada.

Los vehículos contratados nos recogen e iniciamos el retorno hacia San Mateo, pequeña ciudad a la que llegamos a las 13:30 horas. Inmediatamente nos embarcamos hacia Chosica (S/ 7,00) y en esa aventura de retorno, llegamos a esa ciudad a las 15:00 horas. Buscamos algunos colectivos y me embarco en un auto que me llevará hasta Santa Anita (S/ 7,00). La alegría no cesa, pese a que el vehículo va internándose en la brumosa atmósfera de la metrópoli capitalina.





Pico Lorito, 47 años, 5280 metros

La vida parece ser un camino sinuoso hacia nosotros mismos. De alguna manera, buscamos volver al lugar donde fuimos felices. Y, en mi caso,...