jueves, 23 de agosto de 2018

Pico Lorito, 47 años, 5280 metros

La vida parece ser un camino sinuoso hacia nosotros mismos. De alguna manera, buscamos volver al lugar donde fuimos felices. Y, en mi caso, los recuerdos más hermosos de la infancia están en el campo, lejos de la ciudad, donde, con mis padres y mis hermanos, nos exiliábamos periódicamente para protegernos de la realidad cotidiana. Me causaba mucho dolor que esas aventuras se terminaran, pues significaba volver a la ciudad, al suplicio del tiempo.

Recuerdo una jornada de caza a la que mi padre nos llevó a Amílcar, mi hermano menor, y a mí. Las caminatas eran duras, cuesta arriba en esas montañas hermosas pero agrestes. Estábamos en la zona de Chilca, más allá de Ollantaytambo (Cusco), camino hacia Quillabamba, en plena subida al abra Málaga. Éramos niños y caímos rendidos; nos quedamos a descansar y jugar a media montaña. Mi padre continuó la caminata en busca de las esquivas tarukas y varias horas después regresó, sin ninguna presa, pero con la alegría de una caminata extenuante, por nieve incluso, en las faldas del Verónika, uno de los mágicos nevados del Valle Sagrado de los Inkas.

Ahora, con cuarenta y siete años, tenía que sacarme el clavo. Por fin vencí la modorra de la costumbre y me lancé a una aventura breve, pero intensa. Treinta años en el destierro limeño, ya casi colonizado, me decidí a marchar en esa caminata con un grupo de muchach@s, varias chicas entre ell@s, lo que muestra que en ese deporte las mujeres tienen un gran espacio.

Sábado 11 de agosto

Tatiana, mi esposa, está asustada, no me vaya a pasar algo, o me ataque el soroche. Mis padres me alientan, al igual que mi hermana Adriana, a hacer la caminata. Estoy como un adolescente emocionado a punto de iniciar un viaje sin la protección de los padres.

En Puruchuco me subo a una combi  que me llevará por la carretera central y entiendo la sensación de ser una bestia atrapada en un zoológico. Salir de Lima hacia Chosica en transporte público constituye una aventura de riesgo extremo que viven diariamente miles de personas. Dos soles (S/ 2,00) el pasaje; encuentro, felizmente, un asiento libre. Los asientos destartalados contribuyen al suplicio de esa carrera loca que lleva el vehículo, con movimientos bruscos. Se va llenando y los rostros de la gente son elocuentes de la resignación con que asumen esta pesada rutina diaria. Riesgo extremo, quizá por ello la profunda religiosidad de la gente que se abandona a la ventura. Una hora y quince minutos después llegamos a Chosica y busco inmediatamente el paradero de buses hacia San Mateo.

En un supermercado pequeño compro algunos productos: barras energéticas, tostadas, una conserva de pescado. Llego al paradero y tengo que subir a la combi y sentarme en el único espacio que queda, sobre la caja que protege el motor, junto al chofer. La combi menos destartalada y hasta limpia, pero igual de repleta de gente. El pasaje es siete soles (S/ 7,00). Escucho a Lucho Quequezana (audífonos protectores) y recuerdo a José María Arguedas diciendo que nuestro país tiene una riqueza tan grande a nivel cultural, que en arte no tenemos necesidad de imitar nada. Una anciana sentada mira hacia algún lugar remoto a través de la ventana, como siguiendo la ruta del bus; su rostro me da la sensación de que esconde tristeza, una vida de carencias tantas que ya ni falta le hacen. Leo por momentos El hombre duplicado, de José Saramago.

Dos horas luego llegamos a San Mateo, a un hotel en la vera de la carretera central (S/ 30,00 la noche). Esa carretera es el infierno que el centralismo limeño y las castas que tienen el poder real en el Perú han dejado como muestra de su patriotismo "integrador". La cantidad de camiones que circulan en ambos sentidos agudiza el riesgo de la aventura y lo hace tortuoso has por demás. Hay que descansar, saldremos el domingo a las 4:45 horas rumbo a Ticlio.

Domingo 12 de agosto

A la hora indicada, nos recogen unos vehículos que nos llevarán y nos recogerán de la zona de caminata. Veinticinco soles (S/ 25,00) por persona. Mayor comodidad. Pasajeros únicamente sentados. Vehículos solo para los aventureros que participamos de este tour.

Llegamos a Chicla (Ticlio) cerca de las seis de la mañana. Empezamos la caminata suavemente. La agitación es casi inmediata. El aire frío es placentero, pero hiriente. Serán 6 kilómetros de caminata en total. Partimos a 4818 metros y llegaremos a los 5280.



Los paisajes se anuncian realmente hermosos, a pesar de la presencia evidente de una empresa minera. La planta chancadora de esta empresa nos acompañará casi todo el trayecto con un ruido intenso, que taladra la serenidad. Nuevamente, el guía nos indica que tenemos que hacer la ruta más escarpada, pues la trocha carrozable que circunda el cerro es parte de la propiedad de la minera. El costo del desarrollo es a veces perturbador, pues vamos viendo la presencia de elementos que afectan por completo la armonía de la naturaleza y que, quizá, también generan contaminación que el Estado peruano u otras organizaciones no logran medir adecuadamente.


Me llamó mucho la atención este canal cubierto de geomembrana (un material especial para evitar filtrado de sustancias contaminantes hacia el suelo) que no conduce a una poza de tratamiento o alguna instalación similar. No sé si la actividad de esta empresa genera o no contaminación por encima de los estándares permitidos (que son bastante bajos en nuestro país), ni tampoco si desarrolla las actividades necesarias para la remediación ambiental, pero de que perturba el paisaje resulta innegable.



La caminata continúa. Una pareja de enamorados jóvenes, algo subidos de peso, muestra síntomas de cansancio mayor al tolerable. Quizá los asalta ya el temido soroche. El retraso de ellos es advertido por el guía principal, quien se queda con ellos. Luego, en comunicación por walkie talkie, le informa al segundo guía que esas dos personas desistieron de continuar y que, por tanto, va a dejarlos en algún lugar para que esperen nuestro retorno.

No hay cansancio aún, pero sí la agitación por la falta de oxígeno. En este momento debemos estar ya a unos 4950 metros. El paisaje empieza a salpicarse de nieve, en determinados espacios. El día está clareando.

A medida que vamos ganando en altura, los paisajes que se aprecian son de mayor belleza. Y el cielo va ganando en intensidad del azul. Esta sensación me reconforta internamente; era esto lo que buscaba reencontrar. Esto es lo que permiten esas caminatas extenuantes. La nieve empieza a ganar espacios.


Mi naturaleza —al menos eso quiero creer yo— es de altura. No he sentido hasta ahora ninguna afectación que me indique la amenaza del soroche. El dolor de cabeza, la sequedad del aire, su hiriente ingreso en  nuestro aparato respiratorio, son cuestiones normales y superables. El guía insiste en que el cuerpo se irá aclimatando poco a poco. Se me antoja la conclusión de que estoy preparado genéticamente para recorrer estos parajes. Sobre este tema, hay varios artículos periodísticos. Destaco este de El Pais de España.


El sol ya acaricia con mayor decisión todo este lugar; va levantándose por encima de esas moles de piedra, tierra y nieve. El guía nos dice que evitemos botar basura, por conciencia medioambiental, pero también para que los Apus no nos rechacen.



Desde nuestro sendero se aprecia un pico con mayor presencia de nieve. Nos indican que es el nevado Volcan, al que se puede acceder también, aunque con equipamiento de mayor nivel técnico. La adrenalina me hace soñar con volver pronto, con objetivos más exigentes. Esta vez me vine con una casaca muy pesada, que no abriga mucho; no traje guantes y tampoco los bastones de caminata. Vengo con un pantalón delgado, pero con un calentador interno que me ayuda a contrarrestar el frío. Las manos las tengo heladas, estiro las mangas de mi chompa para cubrirlas un poco.


Llegamos al abra en que se juntan el Pico Lorito y el Volcan; la nieve se ha hecho más abundante, nuestros pies se hunde en esa masa blanca. La sensación, a pesar del cansancio ahora sí manifiesto, despierta los ánimos lúdicos y la sensación de descubrimiento.


Hemos caminado unas dos horas y media. Estamos a unos cincuenta metros de la cumbre. Los guías calculan que serán unos 30 minutos más. La pendiente es más fuerte. El suelo es completamente pedregoso. Seguimos una pequeña trocha que simula un camino. Tramo muy duro, exigente. Voy detrás del guía; dos chicas se me adelantan, el cansancio me golpea. La voluntad sigue férrea. Camino, paso a paso, las manos casi congeladas. Son los minutos más complicados, casi eternos; minutos, segundos que no transcurren, que se detienen, latidos focalizados en las sienes martillan la conciencia. El ritmo cardíaco se acelera, por supuesto; intento seguir respirando solo por la nariz, pero la agitación me va ganando, abro de rato en rato la boca y absorbo aire, como si fuera la última oportunidad.  Llego a la cima, desde donde el paisaje es más hermoso aún. Se aprecia distante una hermosa laguna, de aguas con un color gris azulado.


El viento sopla con más fuerza. Hace frío en verdad. Tengo señal telefónica e incluso internet. Verifico el altímetro: son 5 280 metros sobre el nivel del mar. Hago algunas llamadas telefónicas. Es divertido saber que estamos en un lugar poco accesible físicamente, pero con pleno acceso virtual a las comunicaciones. Quisiera volver aquí con Tatiana y nuestros hijos, Damir y Nayra. Son buenos caminantes, pero la exigencia es ciertamente intensa.

A lo lejos se aprecia al Apu mayor de Lima, el majestuoso Rajuntay con sus 5 470 metros de altitud. ¿Será mi próximo reto?


El guía nos pide hacernos algunas fotos grupales, para luego iniciar el descenso. Salen algunas tomas realmente espectaculares.

Empezamos el descenso. Pienso que será más fácil. Son cerca de las 10 de la mañana. Calculo una hora u hora y media. Vamos bajando y el cansancio no cede. Tengo ansiedad por llegar a la meta, la pista donde nos recogerán los vehículos contratados, a las 12 del día.

La caminata de bajada se me hizo, contrariamente a lo que pensé inicialmente, más larga y tediosa de lo previsto. Desesperante. Extenuante. Llegamos a la "punta de carretera" a las 11:45, casi dos horas después. Menos tiempo externo que el requerido en la subida, pero un tiempo interno mucho mayor. Busco una piedra donde sentarme. Bebo el agua de mi botella; está helada.

Los vehículos contratados nos recogen e iniciamos el retorno hacia San Mateo, pequeña ciudad a la que llegamos a las 13:30 horas. Inmediatamente nos embarcamos hacia Chosica (S/ 7,00) y en esa aventura de retorno, llegamos a esa ciudad a las 15:00 horas. Buscamos algunos colectivos y me embarco en un auto que me llevará hasta Santa Anita (S/ 7,00). La alegría no cesa, pese a que el vehículo va internándose en la brumosa atmósfera de la metrópoli capitalina.





lunes, 14 de septiembre de 2009

Turismo de aventura infantil en Lunahuaná

Creo que esta época es perfecta para hacer turismo de aventura incluso en compañía de los niños. La temporada es baja, pues, justamente, el río está con poca agua (es tiempo de secas en los Andes) y los riesgos, aunque presentes, son mínimos. Hay posibilidades incluso de terminar el paseo con un super refrescante baño en las aguas límpidas del río Cañete, uno de los pocos ríos que merecen ser llamados así en nuestra Costa.


sábado, 1 de agosto de 2009

Ahora en Puno

Estoy en Puno, adonde he llegado por un curso que debo dictar. Llegamos a Juliaca a las 21:00 horas y, desde allí, enrumbamos hacia esta bella ciudad. Mi primera impresión (nocturna) de Juliaca es que ha crecido y se ha modernizado notablemente.
A Puno llegamos (uso el plural porque estuve en un bus con más gente) algo más allá de las 22:00 horas. El frío es fuerte, pero no he sentido algo distinto a lo que normalmente se sentía aquí. El aire frío del altiplano penetra, purificándola, el alma.
El trayecto es realmente muy impactante. El cielo límpido y estrellado reconforta los ojos andinos afincados en Lima la lúgubre. No hay duda, viajar es un tónico de purificación.
Estoy en un café internet (Chozanet) en el Jirón Lima, una calle peatonal, el centro del movimiento de esta ciudad. He buscado el local de un viejo amigo, Apu Salkantay, pero ha cerrado y, según me indicaron, habría abierto otro llamado Coca K'intu. Espero encontrarlo mañana en los pocos momentos libres que me dará el curso a dictar. Los Bancos se han apoderado de grandes casonas en ese jirón y, por lo que veo, el turismo ha bajado (debe ser la crisis internacional).
Aquí, telúricamente, me siento como en casa, a pesar de la "rivalidad" entre cusqueños y puneños. Hay más semejanzas que diferencias. Es más, en mi última visita al Cusco, un primo me contaba que el turismo al Cusco proviene, fundamentalmente, de dos ciudades: Lima y La Paz. Vuelve a cobrar sentido lo de centro del mundo, pues el Qosqo está entre esos dos polos, más cerca cultural y geográficamente a La Paz, aunque políticamente unido a Lima (que se va acercando al sur por la fuerza e ímpetu de los migrantes que la pueblan). Por eso sigo sin entender, por ejemplo, esos chauvinismos trasnochados que hacen que se presente una danza puneña como "Llameros" y su versión boliviana "distorsionada" como "Llamerada" (esto me recuerda a la broma aquella de la niñez influida por ese chauvinismo en el que se dividía el Lago Titicaca, entre los hispanohablantes, en Titi para un lado y Caca para el otro, absurdos que tristemente se perennizan). Creo que habría que empezar a entender nuestras semejanzas, sin dejar de lado nuestras diferencias, dejando de lado las artificiales fronteras que nos dividen.
En fin, como decía, en Puno me siento como en casa, desde su aire, sus cerros, pasando por el utero materno que es el Lago Sagrado.

viernes, 24 de julio de 2009

He visitado Paucartambo

Aunque en peregrinaje laico, estuvimos otra vez en Paucartambo. Llegamos al Cusco vía aérea, el día 15 de julio de 2009. Ese mismo día, a las 15:00 horas enrumbamos en el vehículo de mi padre hacia Paucartambo, a donde llegamos hacia las 17:30 horas.


Lo primero que hay que decir es que se ha avanzado con el anchado de la carretera en algunos sectores, lo cual es importante, pero sigue siendo insuficiente, toda vez que dicha carretera no solo debiera ser anchada en su totalidad sino, además, asfaltada. Sin embargo, es increíble cómo hasta la fecha esa carretera sigue siendo, en general, la vieja trocha que conozco desde mi infancia. Independientemente del viaje en medio de una nube de polvo, la llegada a Paucartambo es siempre mágica y la visión del Puente Carlos V es un bálsamo contra el cansancio.
En Paucartambo, hemos buscado, entre lo ya conocido, un acercamiento a experiencias nuevas. Estuvimos, gracias a la Mamá Haydeé, mi abuela, en el cargo de los Dansaq y de los Saqra. En la primera tuve la oportunidad de conocer a un pariente, Óscar Ravelo, un artesano que exporta los conocidísimos "Niños de la Espina" a Chile; la atención que recibimos fue simplemente magnífica. En el caso de los segundos, empiezo a entender que en esta fiesta se pierde, en algunos casos, el criterio de razonabilidad, pues nos pidieron, sin ambages, que nos retiremos, pues llegarían más invitados a los que necesitaban atender. Llegó incluso un flamante Ministro de Estado, presencia ante la cual los anfitriones se deshacen en atenciones. Y esto es más notorio en la danza de los Qapaq Negro, a la que solamente vi en las calles; y es que, claro, esta fiesta es una reproducción de la propia sociedad, asumiendo los integrantes de esta danza una cierta situación de jerarquía en la fiesta.


Sin embargo, mi hijo Damir, ajeno en su niñez a esas cuestiones , me jalaba a cada momento a observar más bien una danza que es considerada de las más "populares", por el origen de sus integrantes, ellos sí fundamentalmente paucartambinos y hasta residentes en esa pequeña ciudad . Se trata de los Chucchus, que representan a los enfermos de la fiebre amarilla.


En Paucartambo algo se ha hecho en obras urbanas como, por ejemplo, el malecón que aparece en la fotografía abajo.

Paucartambo, como siempre, una experiencia gratificante. Creo que, aprendiendo de experiencias distintas, en la fiesta de la Virgen del Carmen, mucha gente va para apreciar la belleza de las danzas y estas son imposibles de ver en su totalidad, por la absoluta dispersión de sus presentaciones. Quizá, como en Puno en la Fiesta de laa Virgen de la Candelaria, podría utilizarse las instalaciones del estadio para hacer una presentación total, y por turnos, de cada una de las danzas, lo que, además, podría generarle recursos a la Municipalidad Provicnial.

Por último, para mí, las super estrellas, los Qapaq Qolla.

lunes, 1 de junio de 2009

El viaje por tres países en un día

El día jueves 28 de mayo último me fui, vía aérea, a Puerto Maldonado, por un encargo de capacitación de la institución en la que trabajo. Realmente esa ciudad, aunque tenía muchos deseos de conocerla, me fue esquiva por mucho tiempo. Ya está, la conozco. Y me gustó mucho la experiencia, pues realmente es una suerte inmensa que la patria que ¿queremos? ser tenga una maravilla como esta zona en su interior.

El vuelo que nos llevó hasta la capital del departamento de Madre de Dios partió a las 8:25 horas, con escala en Cusco, y llegó un poco después de las 11:00 horas. Cuando el avión empieza el descenso y el piloto de la nave anuncia el pronto aterrizaje, la maravilla empieza a anunciarse en imágenes distantes pero profundas: abundante vegetación (aunque con grandes espacios que nos muestran la deforestación inminente de considerables zonas de esa selva), los ríos enormes y turbios que la recorren calmos, majestuosos, imponentes.



El aterrizaje se produce y esa inmersión en la selva es como un embrujo momentáneo. El avión va traslándose hasta su destino final y uno puede apreciar a través de la ventanilla diversos aviones en desuso, casuchas que deben servir de depósitos; luego de recorrer la considerable distancia entre la pista de aterrizaje y el propio aeropuerto (cosa bastante llamativa), el avión se estaciona frente a este y lee su carta de presentación: "Areopuerto Internacional Padre Aldamiz". Vaya que resulta pretencioso el bautizo de este terminal aéreo como "internacional", sin que esto signifique negar su atractivo.



Luego de recibir el equipaje pasé por la posta médica donde me ofrecieron la vacuna contra la fiebre amarilla y me la hice colocar, atendiendo a que los 10 años de vigencia de la anterior, ya habían vencido largamente. Desde el Aeropuerto un mototaxi cobra unos S/. 15 o 10 (aunque desde la ciudad al aeropuerto el costo es de S/. 7). Nos alojamos en el Hotel Paititi, un hotel en el que el costo de la habitación varía entre S/ 70 (con ventilador) y S/. 120 (con aire acondicionado). Opto por una habitación con ventilador. El olor a humedad en la pieza es evidente y hasta bochornoso. Me voy a dar una vuelta por la ciudad, quiero recorrerla caminando y pregunto por la Plaza de Armas. Me enrrumbo hacia ella y me encuentro con las calles y avenidas que, aunque amplias, empiezan a mostrame el rostro más triste de esta ciudad: la pobreza. Es, aunque hermosa, una ciudad pobre y la pobreza extravía de nuestros sentidos (la hace invisible) esa hermosura. El calor no se nota, la temperatura es de apenas 23ºC; un friaje leve para los residentes en esta ciudad.



Luego de caminar unas cuatro cuadras por la avenida León Velarde, llego a la Plaza y me doy con un parque de un pueblo cualquiera, sin ningún atractivo especial, como construido porque sí, para justificar el nombre pomposo.

En medio de la Plaza hay un monumento extraño (aunque el denominado Obelisco, como un día después me mostraron, es la muestra mayor del sin sentido arquitectónico y de la indiferencia o mala onda de las autoridades de este lugar) y nada estético. Pero sí, es el lugar de encuentro de los habitantes de esta ciudad trajinada por mototaxis y motos lineales (muchas de ellas también de transporte público unipersonal).


Regreso al hotel, cerca de la hora del almuerzo y vamos con mis colegas a buscar un restaurante. El mototaxista nos lleva a "El Embarcadero" (después me informaron que este lugar fue construido con el afán de que fuera el embarcadero principal de la ciudad, pero que no funciona). Nos encontramos con una vista maravillosa de la selva y el río Madre de Dios, imponente boa que se arrastra lenta, sagradamente. ¡Cómo el Perú se da el lujo de desperdiciar todo esto! No se entiende o quizá sí, pues se trata de un país que vive desde Lima y de espaldas a él.

Tan de espaldas y tan antiguamente ajeno a sí mismo, que ese río enorme divide en dos la ciudad de Puerto Maldonado y tiene en sus aguas el monumento a la incompetencia, dos estructuras que tendría que haber sido el soporte del puente que uniera las dos orillas y que permitiría que esas dos poblaciones ajenas fueran una. Según me indicaron, este proyecto data de, por lo menos, 30 años atrás, tiempo durante el cual los materiales adquiridos para esta obra monumental, se han deteriorado hasta tal punto que hoy, tiempo en el cual se vuelve a pensar en esta necesidad, ya resultan obsoletos.

Y les narraba la historia de El Embarcadero y, claro, pueden apreciar en la imagen siguiente, la bonita edificación en la que hoy funciona el restaurante, en el que, por cierto, la carta no es muy variada ni, menos, amplia, pero, para colmo, es una suerte si se encuentra algo de lo que anuncia. Y es que, por impresionante que parezca, los muchos turistas que llegan a esta ciudad no pisan las calles de Puerto Maldonado, salvo para embarcarse en el embarcadero que más abajo les muestro. Mas ni por asomo se aproxima a lugares como este que podrían ser un boom comercial turístico, por lo atractivo del lugar y por la interesante propuesta gastronómica de ese sector de la selva.

¿No podrían aprovecharse esas lindas y coloridas terrazas para explotar la veta turística de esta ciudad? Sin embargo, la rapacidad de los oferentes del turismo en los denominados "lodge" y quizá la parsimonia de las gentes del lugar, han hecho de este prometedor lugar, un castillo abandonado desde el cual la gran boa se aprecia triste y silenciosa.

Claro que en lo que sí el Perú está presente es en los desfiles imperdibles. Y los estudiantes son educados en el férreo patriotismo de la disciplina cívico-militar, uno, dos, uno, dos, marchen, soldados, digo alumnos. A practicar que ya viene el desfile, no importan las horas de clase perdidas, no importan, el Perú os lo agradecerá.

Sin embargo, apreciando las instalaciones de la Universidad Nacional Amazónica de Madre de Dios (donde se dictó el curso), la esperanza me vuelve y pienso que quizá, a pesar de todo, el Perú es posible aún. La infraestructura de la ciudad universitaria causa buena impresión y creo que con un esfuerzo sostenido del Estado, los estudiantes de esa zona e incluso de otras, podrían salir graduados en profesiones afines a la zona (al menos en un principio) de facultades que les otorguen la educación superior cualitativa requerida en este tiempo.


Concluido el curso, el sábado 30 de junio, quise conocer la frontera del Perú con Brasil. Muy temprano, a las 5:30 de la mañana partí en un "colectivo" (costo de S/. 40,00), desde Puerto Maldonado rumbo a Iñapari (o Inambari), ciudad peruana de frontera. Para ello, era necesario, ante todo, atravesar el gran río Madre de Dios, para lo cual se recurre a las precarias balsas que ofrecen sus dueños para ello.

El vehículo (incluso dos) es transportado a través de las aguas turbias en un tiempo aproximado de cinco minutos. Aunque resulta placentero como aventura, lo cierto es que, para un país que se precia de estar en crecimiento constante y ser parte casi del mundo desarrollado, resulta muestra de cierta esquizofrena primitiva más bien.


Luego de desembarcar en la otra orilla y de un recorrido aproximado de una hora en una carretera de tierra, se llega a la carretera Interoceánica (ya asfaltada). Esta carretera es realmente hermosa pues está rodeada de selva y el verdor acompaña todo el trayecto, con la intermitencia de los ríos que la circundan o las poblaciones que van desarrollándose.

Ahora bien, en el recorrido que uno hace va atravesando diversas poblaciones (villorrios en realidad, pobres y poco urbanizados) como Mavila, Alegría, Alerta (que es el punto medio entre Puerto Maldonado e Inambari), San Lorenzo, Iberia. Un detalle curioso y muestra de esa clamorosa realidad que vivimos es que entre Mavila y Alegría la carretera se ve alterada por innumerables jibas (o rompemuelles), llegando incluso al número de 24 en una distancia de 2 kilómetros aproximadamente. Este detalle es realmente para aturdir a cualquier chofer, pues es tal la frecuencia de estos obstáculos que llegan a afectar los nervios. Y creo que el objetivo se podría haber alcanzado de alguna manera distinta.
La foto que cuelgo abajo es de la población de Iberia, una antes de la ciudad limítrofe. Esta imagen pertenece a una de las avenidas de acceso a la población. Como podrán apreciar, esa "ciclovía" es muestra de un retraso y abandono clamorosos.
La Plaza central de Iberia es un lugar amplio y bello, pero igualmente sin las condiciones mínimas de una población de este tipo: sus calles sin asfaltar, sus aceras descuidadas.

Claro que con el patriotismo infaltable en cada rincón del país y desfilando, de todas maneras, como buenos militares, quiero decir ciudadanos, entonando las letras del Himno Nacional. Quizá son cosas que no entiendo si comparo la relevancia de estas con la necesidad de una posta médica o un sistema educativo de calidad. Quizá se trata de valoraciones diferentes.


Poco después se llega a la población de Inambari (o Iñapari) y la situación es muy semejante, pero de allí se llega rápidamente a la frontera. Tal vez por ello, no se nota demasiado la ciudad. Hay que realizar los trámites ante Migraciones en un puesto cuya infraestructura es muy similar a las de muchas comisarías en el país: simples, austeras, descuidadas incluso. La atención fue muy respetuosa y los policías, aunque no precisamente amables, si atentos y diligentes. En ese momento los peruanos bilingües que nos cambiaron moneda nacional por Reales brasileros (tipo de cambio: venta S/. 1,4 por Real y compra S/. 1,3 por Real) nos entregaron al taxista brasilero cuya vestimenta y vehículo daban cuenta, sin lugar a dudas, que estábamos entrando a un país distinto. No quiero decir que el hombre no fuera pobre, sino que, por lo menos, sus ingresos sustentan un mejor medio de trabajo y un mejor trato personal.
En este nuevo Taxi nos embarcamos hacia Brasil y la primera evidencia de nuestro coloso vecino fue el Puente Internacional, el mismo que, según me indicaron, fue financiado y construido íntegramente por Brasil (aun no he verificado esto). El puente es evidentemente de una arquitectura más compleja y estéticamente tiene una ventaja respecto de nuestros puentes nacionales.

Por otro lado, cruzando dicho puente, nos encontramos con el puesto fronterizo de Brasil, que es un bunker si lo comparamos con el de nuestro páis, tanto por su infraestructura como por las comodidades que ofrece a sus trabajadores: aire acondicionado, mayor amplitud de las oficinas, etc.

Al cabo de algo más de una hora de recorrido por una pista similar a la que recorre nuestro lado (lo que sí se nota es un nivel de deforestación notablemente mayor, acompañado de una importante actividad agropecuaria, lo que caracteriza, según me indicaron a todo el Estado de Acre), llegamos a la ciudad de Brasiléia, donde la diferencia no solo con Iñapari o Iberia, sino con la misma Puerto Maldonado, resulta negativa para nosotros; ojo que, esta ciudad es una ciudad menor en el estado de Acre.
En esa ciudad almorzamos en un Rodizio y ahí nos fuimos a la ciudad contigua de Epitaciolândia donde está el puesto de migraciones para la frontera con Bolivia. Sin lugar a dudas, la policía muestra su equipamiento desde el momento en que uno puede observar camionetas como las de la foto.
Brasiléia limita con Cobija, la capital del departamento del Pando. Y, por tanto, nos dirigimos inmediatamente a esa ciudad hacia allá. El taxista brasileño y un compatriota me informaron que se trata de una ciudad a la que podía accederse sin hacer los trámites de migraciones, cuestión que no debe tomarse en cuenta, pues sí hay la necesidad de hacerlo y si no se efectúan pueden verse envueltos en un problema desagradable, pues la policía boliviana (y esto lo digo muy a mi pesar, pues tengo mucho aprecio hacia Bolivia y a su proceso político histórico actual) es descaradamente corrupta. Lo que sí es cierto es que bolivianos y brasileños circulan libremente a través del puente internacional que une ambas ciudades sobre el Río Acre.
En la ciudad de Cobija, ciudad que es Zona Franca y que, por tanto, vive del comercio (mucho de él sustentado en el contrabando, presumo), uno se encuentra con muchos brasileños que acuden a esa ciudad para efectuar sus compras, diversas compras, pues les resulta mejores condiciones. Y los brasileros llegan, por ejemplo, desde la ciudad de Río Branco, a cuatro horas de distancia aproximadamente.
La Plaza en la que se ubica la Prefectura es pequeña, pero muy bonita y hace real la convivencia de lo moderno con lo antiguo.
Y no podía faltar el busto del libertador Simón Bolívar, a quien, en el Perú, no se le tiene mucho aprecio.

Contigua a la Prefectura está un templo, sencillo pero también de gran belleza y muy cuidado.



Las calles de la ciudad de Cobija tienen sus pistas adoquinadas con un material muy atractivo y, hasta donde pude observar, debe haber sectores de su población con muy buena situación económica, lo que permite apreciar construcciones terminadas o en proceso y sumamente modernas, sin que ello le quite su aire tradicional a esta ciudad. Otra vez Puerto Maldonado, como ciudad, muestra su rezago. Y con ello el rezago nacional, al menos en cuanto a descentralización se refiere.

Dos horas después, retornamos a a Brasiléia donde la hermmosura es la regla. Sus parques primorosos, sus casas coloridas y cuidadas. La modernidad salta a la vista. Y se trata de una ciudad pequeña.


Ciudad que, sin perjuicio de su pequeñez, cuenta con una autoridad legislativa, quizá por las ventajas del sistema federal en que se conforma ese país. ¿Podremos nuevamente empezar el debate respecto a si el Perú debe seguir siendo un Estado unitario o si convendría su organización federal más bien? ¿Hasta cuándo Lima seguirá siendo el Perú en demedro de los Perúes?

El templo que pude avistar, más bien, grande pero poco atractivo y hasta descuidado.


Pero el recorrido rápido por sus calles fue placentero por completo, con la garúa que acariciaba el rostros de los caminantes.


Y aunque sus recursos naturales o sus paisajes no seas los mejores, los aprovechan indudablemente. Me encontré con este malecón que da al Río Acre, cuidado meticulosamente, diseñado con arreglo al paisaje. Se trata solamente de ponerle color a la obra humana para que no desencaje de lo natural y aprovechar esos recursos permite también generar riqueza en la propia ciudad. ¿Qué sucedió con El Embarcadero en Puerto Maldonado que, sin lugar a dudas, rsulta más amplio y espectacular, no solo por la edificación sino también por el paisaje?


Dejamos Brasiléia a las 18:00 horas (Perú) y llegamos a la frontera a las 19:15 horas. Otra vez los papeleos y de nuevo, en Iñapari, a tomar un Taxi nacional que nos lleve de retorno a Puerto Maldonado, adonde llegué a las 23:15 horas. Agotado pero muy contento, pues toda la experiencia valió la pena.
Al día siguiente, haciendo tiempo en la mañana pude conocer el embarcadero por el que se embarcan los muchos turistas que llegan para irse a los lodge. Resulta evidente que es solo un paso obligado, pero que no invita a quedarse por nada del mundo en él más tiempo del estrictamente necesario. Insisto, ¿qué sucedió con El Embarcadero? Absurdos incomprensibles.
Y a pesar de lo espectacular de nuestros paisajes. No se entiende, en serio que no. No lo entiendo.

Cosa distinta a la que pasa en Loreto, cuando el Amazonas se une con el Nanay, que genera un sector de turbulencia hidrográfica, la unión entre el Madre de Dios y el Tambopata, es pacífica, casi tenue. Y ese espectáculo natural tampoco se aprovecha, no se muestra.

Pico Lorito, 47 años, 5280 metros

La vida parece ser un camino sinuoso hacia nosotros mismos. De alguna manera, buscamos volver al lugar donde fuimos felices. Y, en mi caso,...